Imagina que te encantan los cacahuetes. Eres una persona a la que comer cacahuetes le hace feliz en cualquiera de sus versiones: pelados, sin pelar, en manteca… un día te sientes triste porque te acaban de dar una mala noticia. Como no te encuentras bien, te abres un bote de manteca de cacahuete y empiezas a comerlo a cucharadas. En ese momento, te llama tu mejor amigx y estáis hablando durante más de una hora (mientras tú sigues comiendo manteca).

Cuando cuelgas el teléfono te sientes mejor. Miras el bote, ves que lo has terminado y piensas:  «¡Qué bien me ha hecho sentir el cacahuete!» y empiezas a hablar a todo el mundo sobre lo maravilloso que es comer manteca de cacahuete cuando estás triste.

Hoy en día hay miles de soluciones rápidas que ayudan a tu bienestar y regular tus emociones, o eso dicen las personas que los venden.

Muchos de estos remedios, suelen venir motivados por un «a mí me funciona». Normalmente, la persona que los ha desarrollado ha creído que en un determinado momento le han ayudado a regular sus emociones. Puede que la técnica que nos vende haya ayudado a la persona a sentirse mejor pero ¿cómo sabemos que la mejoría se debe a esa técnica y no a otra cosa? Volviendo al ejemplo de los cacahuetes ¿cómo podías saber si tu mejora se debía a hablar con tu amigx o a comer manteca de cacahuete?

Para que una técnica sea eficaz con tu regulación emocional tiene que haber pasado una serie de pruebas. En las sesiones de terapia psicológica, usamos lo que se conocen como «técnicas basadas en la evidencia».

Para que una técnica esté basada en la evidencia, se ha tenido que demostrar que, efectivamente, el bienestar de las personas que la han probado se debe a su uso y no a otra cosa.

¿Cómo se consigue saber a qué se debe el bienestar de alguien?

Lo que se hace es citar varias personas con un mismo problema y, tras una valoración inicial en la que se recoge su estado de ánimo en ese momento, se asignan a tratamientos diferentes (grupos experimentales) o, directamente, no optan por ninguno (grupo control). Cuando llevan cierto tiempo recibiendo el tratamiento, se evalúan los resultados de todos los grupos y se comparan. Haciendo un análisis estadístico podremos saber qué grupo ha tenido mejores resultados y, comparándolos, decidiremos qué técnica resulta más eficaz.

Si nosotros pensamos que la terapia psicológica es mejor tratamiento para la depresión que no recibir terapia o que un remedio homeopático, haremos tres grupos entre los que dividiremos a los participantes en el estudio (que hayamos seleccionado previamente por compartir ciertas características como la edad o la presencia de síntomas depresivos). Haremos la evaluación pre (antes del tratamiento) con la que tendremos idea de cómo de graves son sus síntomas en ese momento. Tras seis meses de tratamiento, por ejemplo, volveremos a evaluar su estado (evaluación post tratamiento) y compararemos los resultados de los tres grupos antes y después del tratamiento con un análisis estadístico. Si los mejores resultados estadísticos tras el tratamiento son para las personas que han recibido terapia psicológica, podremos decir que «hemos encontrado que la terapia psicológica es más eficaz en comparación con la homeopatía o no recibir tratamiento para mejorar los síntomas depresivos en personas que llevan más de 4 meses con síntomas y con edades entre 18 y 30 años, por ejemplo».

La salud mental es algo muy delicado, no permitas que nadie juegue con la tuya. Pide siempre tratamientos basados en la evidencia.

Para saber más:

Tratamientos psicológicos basados en la evidencia: https://div12.org/psychological-treatments/

Tratamientos sanitarios basados en la evidencia: https://www.mscbs.gob.es/gabinete/notasPrensa.do?id=4527